Visionado: Los sueños de Akira Kurosawa (1990)
Siguiendo con la investigación en torno al plano onírico que llevo para un proyecto de carácter personal, hoy he visitando un filme que tenía bastantes ganas de ver, y que gira mucho en torno a la narrativa de los sueños. Se trata de la obra del director japonés Akira Kurosawa.
Por su legado de aspirante a artista y pintor, Akira Kurosawa adquiere en su obra cinematográfica una búsqueda estética, de lo pictóricamente bello. A Kurosawa nunca llegaron a aceptarle en la Escuela de Bellas Artes, no obstante, se convirtió en uno de los directores más importantes de su país, y de mucha influencia a nivel mundial. Su primer filme que captó la atención del mundo occidental, llegando a ganar el Oscar en 1951 a Mejor película extranjera fue Rashomon (1950), dónde reinventa el concepto de narrativa explorando la subjetividad de una misma historia vista desde cuatro puntos de vista diferentes. Su obra tiende a ser humanista, con una búsqueda de lo bondadoso y lo moral. Algunas otras obras importantes son Los siete samuráis (1954) o Trono de sangre (1957) adaptación de la obra Macbeth (Shakespeare, 1623). Sin embargo, me interesa hablar en concreto, y con relación al tema que tratamos, de su filme Sueños (Konna Yume Wo Mita, 1990), el cual consiste en ocho cortometrajes que evocan relatos oníricos del propio director. En este encontramos la muerte muy presente, como una recreación de la mayor preocupación que acontecía en el subconsciente de Kurosawa en aquel momento, el cual acababa de cumplir los 80 años y veía el final de su vida cada vez más cerca con vehemente preocupación. Encontramos también una ligera influencia por la tradición teatral oriental traducida a la cinematografía. Además de el retrato de la guerra, el peligro nuclear pero también la naturaleza, arte y belleza que tanto le interesaban en su matiz de artista. Por consiguiente, Kurosawa se vale de la climatología como recurso expresivo, no como simples elementos, si no cómo fuertes simbologías y poderosas fuerzas que adquieren cierto protagonismo en los relatos.
El primero de los relatos, El sol bajo la lluvia, esta protagonizado por un niño, que en un día de lluvia y sol acude, inocentemente ante el peligro del que había sido avisado previamente, al bosque, dónde se encuentra con unas figuras antropomorfas reconocidas como zorros que no debería haber visto. Al regresar a su casa, la mujer (quizás se trate de su madre) que le había advertido, no le permite entrar en casa por haber visto a dichas figuras, las cuales además desean su muerte. Esta mujer le explica que debe ir en busca de las criaturas y pedirle su perdón, pero le advierte que debe estar preparado para morir, pues estas no suelen perdonar a aquellos que las contemplan. El niño, enfrentándose a lo que resulta el dilema de lo seguro y el hogar en contraposición a lo peligroso y el mundo exterior, se marcha en un viaje al final del arcoíris, donde residen los zorros, y por el camino adquiere madurez y sabiduría, a cambio de abandonar el lecho cerrado y seguro de la infancia y el hogar.
Fotograma El sol bajo la lluvia |
En el segundo, El huerto de los melocotoneros, sigue de nuevo a un niño, algo mayor que el del relato anterior (quizás sea el mismo, o quizás no) el cual advierte la presencia de una chica en su casa que ninguna de las otras chicas de la casa parece ver. De nuevo, el niño se adentra en un bosque, que resulta infinito y místico, tras la misteriosa chica, vestida de rosa como la flor de un melocotonero. Ella le guía hasta un huerto donde se encuentra con toda una serie de figuras (vivas y a tamaño real) típicas del teatro kabuki japonés. Estas le reprochan, de manera poco amistosa, que su familia cortara los melocotoneros que aquel huerto albergaba. Y el niño llora desconsoladamente, pues él amaba los melocotoneros cuando florecían, pero su familia los taló igual. Las figuras kabukis sienten compasión por el niño y deciden otorgarle, por última vez, una danza tradicional en la que ellos acaban convirtiéndose en melocotoneros en flor. Entre los melocotoneros, aparece la chica del principio, pero al ir tras ella, la magia acaba y, despojado de su inocencia, reaparecen únicamente los troncos de casi todos los melocotoneros, talados y sin flor; no obstante, ha quedado uno de ellos, pequeño y en flor.
Fotograma El huerto de los melocotoneros |
El tercer relato, La tormenta de nieve, encontramos unos alpinistas agotados en mitad de una tormenta de nieve, uno a uno, se van quedando dormidos, a excepción del protagonista, que acaba viendo a una hermosa mujer que le cubre con telas para protegerle del frio. Cuando esta a punto de dormirse, el joven reacciona reconociendo a la mujer como un espectro del folklore japonés (Yoki-onna) que propaga la muerte mediante nevadas y heladas. El joven se resiste a ella, y por tanto, a la tentadora y acogedora muerte, y ella desaparece, consiguiendo así disipar también la tormenta y despertar a sus compañeros.
Fotograma de La tormenta de nieve |
En cuarto lugar, aparece el relato llamado El túnel, dónde un joven que aparentemente regresa de la guerra atraviesa un túnel oscuro y aterrador. Frente a la oscuridad, solo se oyen sus pasos, si bien, justo al salir del túnel, siente la presencia de algo tras él, e incluso empieza a escuchar unos ruidos. Del túnel surgen unas figuras militares que él parece reconocer como compañeros caídos en batalla. La realidad de la muerte, al contrario que en el relato anterior, se vuelve abrumadora, dura e inexorable. La naturaleza se vuelve nula en este fragmento, el plano es oscuro y carece de nada que no sea el camino de tierra u oscuridad. Finalmente, el joven militar, que se reconoce como el comandante del pelotón de espectros que salen del túnel, reflexiona acerca de la tragedia de la muerte violenta como culpa del ser humano, y tras mandar de vuelta al túnel al pelotón hacia el reposo eterno, aparece un perro con explosivos, como símbolo de lo violento y sombrío de la guerra.
Fotograma de El túnel |
Se acontece a este un relato que no tiene nada que ver, Los cuervos, en el que Kurosawa homenajea al artista Vincent Van Gogh. En este sueño, un hombre se adentra en los cuadros del propio Van Gogh para preguntarle, al propio artista –interpretado por Martin Scorsese– acerca de sus secretos como pintor. Este fragmento del filme resulta tremendamente pictórico al representarse los cuadros de Van Gogh como los escenarios donde acontecen los hechos. Los humanos conciben la destrucción de la guerra, pero también lo sublime de la creación del arte.
Fotograma de Los cuervos |
Después le sigue El monte Fuji en llamas. Una marabunta de gente huye, a lo lejos se ve el monte Fuji y el cielo en llamas. Un hombre pregunta si el monte está en erupción, pero resulta peor que eso. Los reactores nucleares de una planta nuclear explotan uno tras otro en cadena. Resulta una visión apocalíptica, especialmente cuando el monte Fuji acaba entrando en erupción también. La gente huye despavorida, pero saben que no hay escapatoria. Algunos saltan al mar, pero eso tampoco les hace escapar de la muerte.
Fotograma El monte Fuji en llamas |
El séptimo relato es El ogro llorón. En un paisaje desolador y árido, un hombre se encuentra entre la bruma con una especie de ogro (o demonio típico del folclore japonés). El ogro cuenta como solía ser un humano, pero tras un incidente nuclear se transformó en el monstruo que resulta ahora, y toda la vida ha desaparecido de los alrededores, a excepción de unas gigantes flores. El ogro reflexiona en torno a la estupidez humana y como ellos han sido sus propios destructores, de si mismos y de la bella naturaleza que les rodeaba. Aquellos que siguen vivos, convertidos en demonios, deformados y doloridos por los cuernos que les sobresalen de la cabeza para el resto de la eternidad, se lamentan en torno a un lago de aguas rojas como la sangre, despojados de toda su humanidad.
Fotograma de El ogro llorón |
Por último, El pueblo de los molinos de agua. En un pueblo que se ha negado a equipararse al estilo de vida tecnológico hasta el punto de no tener ni luz eléctrica, llega un forastero que se encuentra con un residente de más de 100 años. El residente habla acerca de como el ser humano se ha olvidado de que forma parte de la naturaleza, y en su lugar de dedica a destruirla. Mientras charlan, transcurre por allí la celebración de un funeral, que, para sorpresa del forastero, es una celebración alegre. En el pueblo celebran la vida vivida, pues la mayoría de ellos alcanzan a vivir en armonía con la naturaleza hasta edades muy avanzadas.
En este relato recae casi todo el peso de la resolución a la preocupación en torno a la muerte que acompañaba a Kurosawa. Finalmente aprende que la vida es un regalo precioso, que es una desgracia la muerte del niño o del joven, o la muerte provocada por la atrocidad humana, pero es algo natural y apacible en aquel que ha agotado su ciclo vital hasta la vejez. En conjunto, estas ocho narrativas oníricas de Kurosawa constituyen una tremenda y clara representación de lo fantasioso de los sueños, unido a aquello que es muy real y que nos preocupa, nos aterra, nos reconcome en el subconsciente y se proyecta en nuestros sueños, en ocasiones hermoso e idílico, en otras tremendo y monstruoso.
Fotograma de El pueblo de los molinos de agua |
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